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Domando los Potros Salvajes: Una Ilustración de lo que Cristo hizo con la Carne


Los caballos salvajes broncos o mustang, que recorrían las praderas de Norteamérica para ser domesticados tienen que pasar por un proceso, tienen que ser atrapados primero, ensillados, montados y una vez el entrenador está montado entonces lucha por domarlo, tomar dominio sobre el caballo. El caballo luchará para que el jinete caiga, pero el buen domador de caballos se sostiene y se agarra fuerte hasta lograr domar  a aquel potro salvaje. Ese potro salvaje puede llevar a un jinete a grandes velocidades a donde el jinete no quiere ir y aún ponerlo en peligro. Pero una vez domado toda la fuerza del caballo es usada por el jinete para llegar donde él quiere con más velocidad y menos esfuerzo para el jinete del que conllevaría el ir a pies.

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Así es tu carne, es como un potro salvaje. Primero tenía que se encerrada, y para eso vino la ley para encerrar todo bajo pecado (Gálatas 3:22-24). Luego tiene que ser ensillado por el domador, por el que tiene dominio. Dios se hiso hombre y participó así de nuestra carne y estando en ella fue tentado en todo pero sin pecar, la carne no lo dominó, sino que el dominó la carne venciendo sobre la tentación y el pecado (Hebreos 2:14-15; 4:13). Cristo venció la carne en la cruz, es la cruz el momento culminante del proceso de domesticación. Por eso Jesús dijo: “¡consumado es!” (Efesios 2:14-16; Colosenses 1:19-23; 2:13-15; Hebreos 10:19-22; 1 Pedro 2:24-25; Juan 19:30). Para darnos a nosotros un caballo domesticado que en vez de llevarnos sin control por donde quiere, sea dócil a nuestra voluntad y nos sirva como una herramienta para llegar y lograr lo que queramos (Romanos 6:4-14). Ahora ya no vivimos sometidos a la fuerza y voluntad de un potro salvaje que nos lleva por donde quiere, ya no vivimos en nuestras propias fuerzas carnales; sino que vivimos en las fuerzas del Espíritu quién nos da poder, amor y dominio propio (1 Corintios 12:2; Efesios 2:1-10; Gálatas 5:22-25; Romanos 8:15; 2 Timoteo 1:7). Así que: ¡Si el Hijo te libertó, eres VERDADERAMENTE LIBRE! (Juan 8:36).

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17/08/2013
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